¿Por qué lloran? Aparecen y lloran. ¿Por qué lloran? Porque estaban dentro del vientre con dulzura abarcadora, ligados, cuerpo dentro de cuerpo, protegidos. Era el caso ideal. Nacer es ser arrojado afuera. Ex-istir significa eso, estar afuera. Fuera es una condición de exilio, des-amparo. El cordón umbilical se corta. Para nacer hay que desligarse. Por eso llora. Llora la madre de emoción. Llora el padre de contento.
Llora el niño de desprotección. Está afuera y presiente la intemperie.De esa desprotección brota justamente lo humano como necesidad de crecimiento en busca de la ligadura perdida. "El trauma del crecimiento", así denomina Otto Rank a ese dolor primero. Y sin embargo de ese dolor germina la flor de la vida personal. Ser in-dependiente. Si es totalmente -negación de la dependencia, individualismo- es tristeza, soledad. Si a partir de ahí arranca el motor en busca de otro, de la construcción de la vida como ansia de protección y anhelo de amor y sosiego en los seres amados, entonces la persona es portadora de una historia. El bebé brota, fisiológicamente, del vientre de la madre. La mujer brota, mitológicamente, de un costado del varón. Somos tres que configuran una sola unidad. No la configuramos, rectifico, pero necesitamos configurarla. Vivir es hacer muchas cosas, cercanas y lejanas. No obstante, el único objetivo es rehacernos en la unidad del amor, tu y yo, y en la trinidad padre-madre-hijo, que es el hogar.
Vivir, crecer es desplegar energías en busca del paraíso perdido, el vientre materno original. A él no se volverá, ya los sabemos, pero el crecimiento consiste en ir creando un mundo, tu mundo, hijo, un mundo que te contenga, que te haga sentir dentro no afuera, y para ello es menester que tu propio adentro sea acogedor, seguro, fuente de dulzura y felicidad. Queridos padres, necesitamos querernos y ser queridos. Eso es todo. Y lo demás debe estar al servicio de ese fin. Hay que jugarse, queridos padres. No hay otra, hay que jugarse.
En momentos de apuro uno no puede volverse científico, detener la marcha del tiempo, empezar a consultar psicólogos, amigos, revistas, libros. Las decisiones tienen que ser tomadas en su exacto y estricto momento. Los padres no pueden evadirse bajo falsos pretextos de "no sabemos", "no estamos seguros", "y si nos equivocamos", etc. La vida no es como la matemática, en la que se puede determinar con precisión cuál será el resultado exacto y cuál el erróneo. ...
Uno se lanza a salvar a un niño que está al borde de un precipicio y no se detiene a meditar: "en una de esas, en lugar de salvarlo se me va la mano, lo empujo o al tomarlo resbala, y en lugar de devolverlo a la vida termino hundiéndolo en el vacío". Tampoco se puede hacer meditación trascendental y decirle al chico que espere, que aún no se arroje al vacío, que ya voy, que me deje consultar a los dioses y a mi daimon personal; o, por lo menos que me preste el celular para que consulte a mi gurú de la India.
Absurdo, tanto divague, tanta especulación, tanto cuestionamiento nos ha paralizado y, al decir poético, nos olvidamos de vivir y de las reglas de la vida: entregarse. Eso no excluye el pensar, el calibrar la acción, el dudar. Pero como comentario al margen o colofón. Hay que jugarse. Ayer te jugaste por esa chica, y por el amor y por ser novios y luego por el ser esposos, y más tarde por ser progenitores.
Cuando ella te inundaba con sus ojos luminosos y entreabría labios silenciosos no te preguntaste: - Besar o no besar. ¡He ahí el problema! Tampoco hesitaron demasiado en la noche de venturosa pasión encendida expresando: - Esperá, esperá, no te apresures, porque ¿acaso sabemos cómo educarlo? Nació. Nacieron. Ahí están, los hijos tienen que hacer algo con ellos. Hacer. Con ellos. Y re-hacerse, re-nacerse en ese quehacer del crecer.
(*) Jaime Barylko
Queridos Padres Editorial Emecé, Argentina
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