sábado, 31 de diciembre de 2011

Nacer...

Cada vez que un niño nace es impulsado a romper el cálido entorno del útero en que hasta entonces ha vivido.
A medida que va desarrollándose y creciendo, aquello que constituyó su hogar se hace estrecho, aprieta, tensa y la corriente de vida pujará por abandonarlo y salir a espacios más amplios donde podrá seguir su proceso.

Podríamos decir que nacer es la primera gran crisis de la vida y en ella podemos leer en forma de metáforas las dinámicas que estarán presentes en todos los nacimientos, o apertura a nuevas etapas en nuestra vida.
Nacer es también morir, dejar atrás el cascarón en que estábamos viviendo para abrirnos a espacios más amplios; viene, por tanto, precedido de un trance complejo en que sentimos y sabemos que aquella situación, ideas, creencias, acomodaciones en que hemos vivido deben ser dejadas atrás, y eso no es fácil, pues aunque nos constriñan y limiten, es lo que conocemos, lo que nos ha acomodado, el mundo donde hasta el momento hemos sabido desenvolvernos.

Nacer a algo nuevo implica despedirse de lo anterior, ojalá valorando y agradeciendo, sabiendo que esa experiencia nos aportó cosas que llevaremos con nosotros por siempre, así como cada niño lleva en su inconsciente la experiencia de haber sido cálida e incondicionalmente aceptado, nutrido y amado por el útero que lo cobijó.

Nacer tiene su tiempo y éste sólo puede ser sentido por nosotros mismos; si dejamos el cascarón cuando aún no estamos preparados, entraremos inmaduros en la nueva etapa, sin contar con los recursos para desenvolvernos; esto suele ocurrirnos por impulsividad, por falta de paciencia. En la situación opuesta, si no nos atrevemos a dejar atrás cuando ya es tiempo, cuando todo nos indica que debemos abandonar la cáscara que nos aprisiona, cuando sentimos el pujo que nos expulsa, comenzará un proceso de riesgo vital y putrefacción, condicionado por nuestros temores e inseguridades.

Nacer implica tener la valentía de pasar por el canal de parto, por una tensión extrema, sobreponiéndose al miedo, la desconfianza, así como el polluelo no sabe con qué se encontrará cuando rompa el cascarón, es más, no sabe si habrá algo más allá de su limitado hogar; así, cada nacimiento es un paso hacia lo desconocido, un salto al vacío en que sólo nos queda apoyarnos en la certeza de que es tiempo de dejar atrás, que es lo que la vida nos está pidiendo y no nos queda otra posibilidad que responder a ese impulso, aun cuando nadie nos asegure nada respecto de lo que vendrá; por ello nacer es un acto de confianza supremo, radical, de entrega total a la dinámica de la vida.

Cuando la niña o el niño nace se encuentra con algo nuevo, inimaginable; allí tomará profundo su primer aliento vinculándose con el mundo, iniciando una nueva aventura donde la única certeza es que para nacer es preciso morir.

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