Nos venden (y vendemos) una visión edulcorada de la maternidad y la paternidad: pensamos que un embarazo es ese estado ideal de deseo cumplido en el que no hay que preocuparse de nada más que de su buena marcha; un estado en el que la mamá embarazada se sienta en una mecedora a tejer patucos de lana mientras los meses pasan y el papá acaricia la barriga coon interés.O en el mejor de los casos, un estado en el que la mamá podrá continuar con su vida "normal" y "seguir siendo la misma" pese a todo.
Pero no es cierto, por lo menos, no lo segundo, como tampoco es cierto que para criar hijos baste el cariño.
En un embarazo normal va a haber dificultades personales y momentos de tensión y ajuste de los que nadie nos habló hasta ahora.Tanto el embarazo como el parto y la crianza de un hijo son caminos llenos de responsabilidad y nos exigen una capacidad de adaptación y superación constantes, tanto a nivel individual como a nivel de pareja: por eso las personas que somos padres solemos decir que es lo mejor que nos ha pasado en la vida, porque realmente se trata de una oportunidad casi única de crecimiento personal y la gratificación a tanto esfuerzo suele ser igualmente grande.
No es raro que los padres primerizos aterricen antes de lo que esperaban y sin demasiada preparación, en una maternidad y paternidad que se les revela compleja angustiosa, incierta y dura.
Y es que desde el momento del “positivo” comienza un proceso en el cual la madre y el padre, para poder seguir adelante, han de aceptar hechos (físicos y psicológicos) inherentes a su nuevo estado que a veces no les resultan para nada compatibles con la idea previa que tenían de “recibir” al bebé : recibir la barriguita, recibir la sensación de un hijo creciendo dentro de una, ser los protagonistas de un hecho único… sin poner más a cambio que los controles médicos pertinentes, algo de paciencia y mucha ilusión.
¿Y qué se encuentran los papás en vez de eso? Se encuentran con que no sólo no reciben de su futuro hijo, sino que tienen que dar y poner mucho de su parte. Que es el embrión que crece el que tira para sí, el que pide, el que se lleva, el que toma prestado el cuerpo materno para poder llegar a ser y el que exige, desde ya, unos padres preparados para todo, fuertes y capaces.
La primera vivencia cuando una aterriza en esta realidad puede ser de alienación, extrañeza, culpabilidad e incluso rechazo. Y no es raro sentir una profunda tristeza durante los primeros meses del embarazo, porque nada es como una pensaba y los días, en vez de envueltos en ecos primaverales, se pasan vomitando, mareada, insomne, llorosa y atrapada en el propio deseo que se hizo realidad.
Así atraviesan muchos padres su primer embarazo (entre risas y lágrimas) y así van aprendiendo las primeras lecciones de la paternidad. Aprendiendo lo que es la tolerancia al malestar físico. Aprendiendo lo que es dejar de ser uno mismo lo más importante y a convivir con la presencia interna de un “otro” , su hijo, para siempre. Adaptándose a manejar lo imprevisible, lo nuevo.. a bucear en lo totalmente desconocido.
Y es que para recibir sonrisas, muslos regordetes, dientecitos que asoman y manitas que abrazan nuestro dedo.. primero hay que dar, aceptar y cambiar nuestra antigua piel por una nueva piel: más resistente, más generosa, más animal. Y es que si no hay transformación no hay vida, no hay maternidad ni paternidad reales, no hay posibilidad de incluir un hijo en nuestras vidas y no hay posibilidad de desarrollo para el niño que vamos a criar.
No prentendo dar una visión negativa del embarazo, sino una visión realista y adulta. Una visión madura y sin pausa para la publicidad. Y una visión también serena, porque no pretendo alarmar a nadie sino más bien poner las cosas en su sitio: el embarazo, parto y postparto son procesos intensos, mágicos y maravillosos, pero no siempre amables. Tampoco quiero culpabilizar: practicamente todos los que somos padres y madres hemos pasado por algo igual o parecido en algún momento, porque paternidad y cambio son dos palabras intrínsecamente relacionadas y nadie nace (ni trae al mundo) sabiendo.
Por eso, ahora y durante el resto de nuestra vida como padres, es necesario hacer un ajuste constante entre las expectativas personales y la realidad. Y digo que es necesario porque precisamente en ese ajuste de expectativas reside la posibilidad de disfrutar con lo que uno está viviendo, aunque a estas alturas ya podemos imaginar que disfrutar no debe siempre tomarse en sentido literal, sino más bien como la satisfacción de fondo que obtenemos cuando nos involucramos profundamente con lo que vivimos. A eso es a lo que llaman plenitud.
Violeta Alcocer.
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