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domingo, 4 de marzo de 2012

La importancia de la primera hora

LA PRIMERA HORA ES IMPORTANTE. 

El inicio temprano de la lactancia, durante la primera hora después del parto y con el bebé mamando en posición correcta, contribuye al éxito de la lactancia materna. Por ello tanto OMS como UNICEF recomiendan que la lactancia materna se inicie lo antes posible tanto si se trata de un parto hospitalario como domiciliario.

 ¿Por qué es tan importante el contacto piel-con–piel después del parto y la lactancia materna durante la 1ª hora de vida?


 1. El cuerpo de la madre mantiene al (a la) bebé a una temperatura adecuada, lo que es particularmente importante para bebés pequeños(as) y de bajo peso al nacer.

2. El(la) bebé está menos tenso(a), más tranquilo(a) y presenta una respiración y frecuencia cardiaca más constante.

 3. El(la) bebé está expuesto(a) inicialmente a bacterias de la madre, que por lo general no son nocivas, y contra las que la leche materna tiene factores protectores. Éstas colonizan los intestinos y la piel de el(la) bebé y compiten con bacterias más nocivas provenientes de quienes acompañan a las madres en el parto como por ejemplo, el personal de salud y medio ambiente y evitan infecciones.

 4. El(la) bebé recibe calostro durante las primeras tomas –oro líquido- denominado el regalo de vida.

• El calostro es rico en células inmunológicamente activas, anticuerpos y otras proteínas protectoras. Por lo tanto, sirve al(la) bebé como su primera inmunización. Le protege contra muchas infecciones. Le ayuda a regular el sistema inmune.
   • Contiene factores de crecimiento, que ayudan a madurar el intestino de el(la) bebé y a su función efectiva y dificulta que los microorganismos y alérgenos penetren su organismo.
• Es rico en Vitamina A, que ayuda a proteger la vista y disminuye las infecciones.
 • Estimula los movimientos intestinales en el(la) bebé para que el meconio sea expulsado rápidamente de los intestinos. Esto elimina sustancias que causan ictericia y por tanto la previenen.
 • Viene en pequeñas cantidades, lo que es más conveniente para la nueva criatura.

 5. El tocar, tomar con su boca y succionar el seno estimula la liberación de la oxitocina – esto es importante por muchas razones:

• La oxitocina provoca que el útero se contraiga. Esto puede ayudar a expulsar la placenta y a reducir el sangrado de la madre después del parto.
 • La oxitocina estimula otras hormonas que hacen que la madre se sienta más tranquila, relajada y, como dicen, “enamorada” de su bebé.
 • La oxitocina estimula el flujo de leche de las mamas.

 6. Cuando se inicia el vínculo afectivo entre madre y bebé, las mujeres sienten una gran alegría. Muchas veces los papás y parejas pueden compartir esta felicidad.

 7. En general, el contacto piel-con-piel y las tomas tempranas de calostro están asociadas a una disminución en la mortalidad durante el primer mes de vida. También se asocian a un aumento en la lactancia materna exclusiva y a una mayor duración de la lactancia materna en los meses siguientes, lo que conduce posteriormente también a una mejor salud y a una mortalidad reducida.



viernes, 30 de diciembre de 2011

Llegar a casa con un bebé recién nacido

Una vez superada la mayor “escena temida” que acaparó nuestra atención durante varios meses, es decir, una vez que hemos transitado el parto, y según el bienestar o malestar, el buen o mal trato que hemos recibido, y según la calidad del encuentro que hemos logrado experimentar con nuestro bebé;  aparecerá la siguiente “escena temida”, que es la llegada a casa.  De regreso a nuestro hogar, nos encontramos con un bebé en brazos y un sinnúmero de consejos médicos y de los otros. La gran pregunta es cómo nos arreglaremos con ese niñito cuando no podamos calmarlo y no tengamos a quien pedir ayuda.

Si somos embarazadas primerizas, vale la pena saber que “lo peor” no es el parto sino lo que viene después. Y no lo digo para atemorizar a nadie, sino por el contrario, para que podamos prever que la asistencia física y emocional es imprescindible durante el puerperio.

Una madre no debería nunca estar sola con un niño en brazos. Toda madre puérpera merece compañía y sostén para sumergirse en las sensaciones oníricas del la fusión emocional con el bebé.

Hoy en día, sobre todo en las grandes ciudades, no contamos con una comunidad de mujeres que nos sostenga, nos avale, y nos acerque la sabiduría y la experiencia de las mujeres mayores. A veces no contamos con nuestras hermanas o tías; o sencillamente no las consideramos referentes valiosos dentro de nuestras búsquedas personales.

¿Pero qué tipo de compañía necesitamos? En todos los casos, la presencia de personas que no invadan con sus propios deseos o expectativas, el territorio emocional que compartimos con el bebé. Tampoco personas con ideas preconcebidas sobre lo que es correcto o incorrecto hacer con el niño, ya que esto nos sumará desconcierto y angustia cuando sólo tenemos que buscar dentro de nuestro corazón para encontrar una manera personal de relacionarnos con nuestro hijo.

En cualquier caso, una madre no puede entregarse a la demanda y a la desintegración psicológica que supone la atención de un bebé recién nacido, si no cuenta con personas sostenedoras, amorosas y sabias, en quienes delegar casi todos los aspectos del mundo material. A ellas  les corresponde incitarnos a la introspección, a la conexión con nuestro hijo, al despojamiento de otras preocupaciones, y al florecimiento de nuestras intuiciones que nos harán comprender al niño pequeño gracias a la conexión con nuestra memoria filogenética. Es esa sabiduría intuitiva la que nos permitirá responder aceitadamente a las demandas del niño pequeño, porque sentiremos el mundo tal como él lo siente. 

Encontrar a las personas adecuadas para que nos sostengan durante el primer período en casa, no es fácil. Tienen que ser capaces de observarnos sin juzgarnos, y poder “salir de la escena” para actuar sólo como facilitadores del vínculo que estamos desplegando madre e hijo, que será diferente en cada caso. Porque no importa si hacemos las cosas bien. Sólo importa que tengamos “vía libre” para el encuentro con nuestro ser más profundo, por lo tanto, con el ser que acaba de nacer. Las personas sostenedoras tienen que tener confianza en que cada relación va a encontrar su modalidad, pudiendo tener disponibles palabras amorosas para aliviarnos, diciéndonos que si escuchamos los mensajes del alma  y actuamos según nuestras más íntimas creencias, encontraremos el modo de entendernos con nuestro hijo.

Estas personas sostenedoras tienen que cumplir el rol de protectores de la díada y al mismo tiempo de guardianes de los depredadores emocionales. La contradicción aparece cuando nuestros seres más queridos, a veces incluso nuestras propias parejas, se convierten en depredadores dentro de casa. Por miedo, por desconocimiento, o por atender razones externas bajo el temor de equivocarse, descreen de la naturalidad con la que cada una de nosotras conecta con el bebé, sobre todo si nuestro comportamiento parece raro o distinto a todo lo conocido hasta entonces. En estos casos, vale la pena buscar sostenedores que también comprendan y avalen las ambivalencias de un hombre desesperado que ha perdido sus parámetros habituales.

Históricamente las mujeres contábamos con “mujeres sabias” que conocían los misterios de la Maternidad, y que acompañaban a las mujeres y a sus familias en la integración de un niño pequeño que trastoca completamente todos los aspectos de la vida cotidiana. Hoy en día estamos obligadas a retomar la figura de la Madre Experimentada. A veces ese rol lo puede cumplir una doula. O una amiga generosa dispuesta a tolerar los humores cambiantes de una madre reciente. Incluso la pareja desde su rol de varón sostenedor, puede cumplir con la tarea de incentivar a la madre a ser genuinamente quien es, a despreocuparse por el mundo de las formas y a vivir intensamente los vericuetos emocionales del puerperio. Claro que se requiere un varón maduro, que no esté pendiente de lo que recibe en ese período, sino que pueda concentrarse en lo que tiene para ofrecer. Ya llegarán tiempos mejores.

En todos los casos, las madres no necesitamos consejos ni guías prácticas sobre cómo ser una buena madre y criar correctamente a los niños. Este es un aprendizaje interno, siempre y cuando “el afuera” esté acomodado. El puerperio es un período donde las señales provienen del ser interior, si damos lugar para que aparezcan.

El miedo que nos da llegar a casa, tiene que ver con la soledad -que sabemos de antemano- nos espera para devorarnos. O bien la certeza de ser efectivamente tragadas por personas que invaden nuestra vida cotidiana con consejos, recetas y juicios sobre nuestro devenir como madres.  De este modo, vamos sintiéndonos cada vez más inútiles e infantilizadas, constatando que no sabemos asumir ciertas responsabilidades, con lo cual, el miedo a no saber qué hacer se acrecienta día a día.  Así vamos dejando de lado nuestros recursos internos logrando lastimar el viaje hacia una maternidad conciente.

Llegar a casa con un bebé debería constituirse en un momento sagrado, lleno de respeto, silencio, y amor. Podemos asumirlo si contamos con personas maduras, experimentadas y respetuosas, deseosas de llevarnos de la mano por el camino del auto-descubrimiento personal a través de la maternidad.


                                                                                            Laura Gutman

La depresión posparto




En primer lugar definamos qué es el puerperio y su duración real. Considero que los famosos 40 días estipulados -ya no sabemos por quién ni para quién-  tienen que ver sólo con una  histórica veda moral para salvar a la parturienta del reclamo sexual del varón. Pero ese tiempo cronológico no significa psicológicamente un comienzo ni un final de nada.
Desarrollemos entonces una reflexión sobre el puerperio basándonos en situaciones que a veces no son ni tan físicas, ni tan visibles, ni tan concretas, pero sin embargo allí están.


Tomemos en cuenta que el punto de partida del puerperio, es “el parto”, es decir, la primer gran “des-estructuración emocional”. Para que se produzca el parto necesitamos que el cuerpo físico de la madre se abra para dejar pasar el cuerpo del bebé permitiendo un cierto “rompimiento”. Esta “fisura” corporal también se realiza en un plano más sutil, que corresponde a nuestra estructura emocional. Hay un “algo” que se quiebra, que se instala como grieta física y etérea al mismo tiempo y que permite pasar de ser “uno” a ser “dos”.

Es una pena que la mayoría de los partos los atravesemos con muy poca conciencia con respecto a este “rompimiento físico y emocional”. Ya que el parto es sobre todo un corte, un quiebre, una apertura forzada, igual que la irrupción de un volcán que gime desde las entrañas y que al despedir sus partes profundas destruye necesariamente la aparente solidez, creando una estructura en principio caótica y desenfrenada.

Después de la “irrupción del volcán” (el parto) las mujeres nos encontramos con el tesoro escondido (un hijo en brazos) y además con insólitas piedras que se desprenden como bolas de fuego (nuestros “pedacitos emocionales”, o nuestras partes desconocidas)  rodando hacia el infinito, ardiendo en fuego y temiendo destruir todo lo que rozamos. Los “pedacitos emocionales” van quemando lo que encuentran a su paso. Miramos azoradas sin poder creer la potencia de todo lo que vibra en nuestro interior. Incendiando y cayendo al precipicio, suelen  manifestarse en el cuerpo del bebé (como un campo húmedo, abierto y receptor).

Atravesar un parto es prepararse para la erupción del volcán interno, y esa experiencia es tan avasallante que requiere de mucha preparación emocional, apoyo, acompañamiento, amor, comprensión y coraje por parte de la mujer y de quienes pretenden asistirla.

El hecho es que -con conciencia o sin ella, despiertas o dormidas, bien acompañadas o solas, en crisis o a salvo- el nacimiento se produce.


Pero si atravesamos situaciones esenciales de rompimiento espiritual sin conciencia, anestesiadas, dormidas, infantilizadas o asustadas... quedaremos sin herramientas emocionales para rearmar nuestros “pedacitos en llamas”, obstaculizando la experiencia  para que el parto sea un verdadero pasaje del alma. Frecuentemente, iniciamos el puerperio alejadas de nuestra conciencia. Para colmo, la tendencia social y psicológica intenta que las madres “estemos bien”, que rápidamente nos calcemos los pantalones ajustados, retomemos el trabajo y regresemos al mundo de la razón. 

Entonces comienza a librarse una batalla entre el adentro y el afuera, entre lo activo y lo pasivo. Básicamente creemos que las cosas no deberían modificarse demasiado, que debemos seguir siendo las mujeres eficaces, inteligentes, puntuales, trabajadoras, creativas y maravillosas que hemos sido hasta entonces. Sin embargo algo raro acontece aunque fingimos serenidad. No logramos nombrar “eso” que percibimos y que no se parece a nada que hayamos experimentado alguna vez. Después de la excitación por la llegada del bebe, con el correr de las noches, del cansancio, del sueño y del deseo frustrado de recuperar algún vestigio de esa mujer que hemos sido, constatamos que el niño nos demanda si cesar, que no hemos tenido tiempo ni de orinar, que no hemos comido y que nuestros más exquisitos anhelos apuntan a dormir más de dos horas seguidas.

Desde nuestro interior, el ámbito emocional puja por aparecer. Desde el otro lado, nuestro “yo conciente” no está dispuesto a dejarlo cruzar. Comienza así la guerra interna: Entre nuestra identidad y las partes que no conocemos de nosotras mismas. Entre nuestro mundo interno y nuestro mundo externo. Entre lo que creemos que nos debería suceder y lo que nos sucede en realidad.
Pues bien, casi siempre perdemos esta guerra, ya que pretendemos librarla con los ojos vendados (huyendo de nuestro mundo interior).  La derrota de esta guerra se llama “depresión puerperal.
Solemos llamar “depresión puerperal” cuando lloramos sin saber porqué, aún estando felices con el bebe en brazos pero sabiendo que nada es como habíamos imaginado. Cuando nos desconocemos a nosotras mismas. Cuando nos asaltan temores infundados. Cuando creemos que este asunto de la maternidad no encaja con nosotras.

Ahora bien, llorar, no reconocerse, sentir que estamos en otro planeta, percibir emociones nuevas, experimentar una sensibilidad aumentada, son signos de conexión con ese nuevo estado sutil, que necesita desprenderse del mundo material para poder entrar en sintonía con el recién nacido. Es decir, es esperable que hayamos cambiado, que nuestras sensaciones y percepciones hayan virado hacia una modalidad más cercana a las vibraciones del bebe y se distancien del ordenamiento emocional de los adultos.
 
En la mayoría de los casos, las “depresiones puerperales” no son tales. Es decir, no hay nada que esté sucediendo que esté “mal” aunque hay mucho para comprender sobre este fenómeno. Posiblemente necesitemos un tipo de acompañamiento, de cobijo y de ayuda diferentes de las que estamos recibiendo.  En la mayoría de los casos, necesitaremos más y mejores acompañamientos  -siempre y cuando favorezcan el contacto íntimo con el bebé- , palabras de apoyo y de gratitud y menos opiniones sobre qué es adecuado hacer o no.

Cuando nos diagnostican una “depresión puerperal”, recibimos un abanico de propuestas: desde la consideración doméstica de una amiga: “ no te preocupes,  a todas las mujeres nos pasa lo mismo", con lo cual nos quedamos boquiabiertas y sin solución, hasta la más extrema que es la medicación psiquiátrica recetada por un médico, cuando a veces ni siquiera ha intentado saber qué nos pasa, qué temas vitales hemos arrastrado, cuál es nuestra situación familiar o cómo hemos atravesado nuestro parto.
¿Cómo funciona la medicación psiquiátrica? Pues bien, borra toda vivencia perteneciente al “mundo sutil”. Nos conecta con el afuera: nos hace parecer compuestas, ordenadas, equilibradas y tranquilas. Todas las personas cercanas se calman ya que volvemos a “funcionar” en el mundo concreto: Podemos levantarnos, vestirnos, ocuparnos del bebé, sonreír a las visitas y dormir sin angustias desproporcionadas. Ese mundo invisible y terrorífico desaparece.

Sin embargo, el puerperio es uno de los pocos momentos vitales en los cuales alcanzamos los mayores niveles de lucidez emocional (mientras paralelamente nos volvemos más torpes que nunca en el plano físico). Ahora bien, con la medicación psiquiátrica  se terminó la lucidez.  El objetivo es adormecer las capacidades de conexión sutil de la conciencia para volver a conectarnos con el afuera. Paradójicamente, fue el esfuerzo por conectarse con el afuera lo que nos enfermó. Repito: la lucha interna por huir del “mundo emocional” hacia el “mundo concreto”, es decir, hacia lo que la mayoría de las personas entiende como “normal”, es el motivo desencadenante de las supuestas “depresiones puerperales” que en la mayoría de los casos, no lo son. Si la imagen que debería devolvernos el espejo es lo esperable desde el mundo funcional, procuraremos hacer lo imposible para asemejarnos a ese supuesto ideal, rechazando las nuevas sensaciones y percepciones cargadas de imágenes intraducibles. De ese modo perdemos la batalla, creyendo que deberíamos seguir siendo como éramos antes del nacimiento del niño.
Para no enfermarse, es indispensable abandonar esa lucha. Es necesario pedir ayuda y acompañamiento para la travesía. Entregarse a ese “otro lado” de nosotras mismas.


La “depresión puerperal” aparece más frecuentemente cuando no conseguimos o no admitimos compañía para navegar el océano de las emociones.
En algunos pocos casos, una depresión puerperal franca, deja a la mujer sin voluntad para salir de la cama sintiendo apatía o rechazo por el bebé. Serán casos a considerar particularmente, revisando la historia clínica de la parturienta y la totalidad de su historia de vida. Pero en términos generales, el llanto, el desconcierto, el dolor o la angustia durante el puerperio, son simplemente señales que nos indican un viraje en nuestras vidas, ya que estaremos obligadas a cambiar radicalmente nuestra manera de pensar, de sentir, de ser y de amar para vincularnos con un bebé recién nacido quien siente, ama y percibe en otra dimensión.

Si somos familiares o profesionales asistentes, acompañar amorosamente un período puerperal no es demasiado difícil, pero hay que estar dispuestos a preguntar sencillamente a la mujer: “¿qué necesitas hoy, de mí?”, guardándose el deseo de emitir opiniones. Tampoco es necesario comprender todo lo que le acontece a la mujer puérpera. No se requiere un psicoanálisis profundo. Con un abrazo alcanza. Y un poco de humildad.

Laura Gutman

El puerperio



Vamos a considerar el puerperio como el período transitado entre el nacimiento del bebé y los dos primeros años, aunque emocionalmente haya una progresión evidente entre el caos de los primeros días -en medio de un llanto desesperado- y la capacidad de salir al mundo con un bebé a cuestas.
Para intentar sumergirnos en los vericuetos energéticos, emocionales y psicológicos del puerperio, creo necesario reconsiderar  la duración real de este tránsito.  Me refiero al hecho que los famosos 40 días estipulados -ya no sabemos por quién ni para quién-  tienen que ver sólo con una  histórica veda moral para salvar a la parturienta del reclamo sexual del varón. Pero ese tiempo cronológico no significa psicológicamente un comienzo ni un final de nada.
Mi intención –por la falta de un pensamiento genuino sobre el “sí mismo femenino” en la situación de parto, lactancia, crianza y maternaje en general- es desarrollar una reflexión sobre el puerperio basándonos en situaciones que a veces no son ni tan físicas, ni tan visibles, ni tan concretas, pero no por eso son menos reales. Vamos a hablar en definitiva de lo invisible, del submundo femenino, de lo oculto. De lo que está más allá de nuestro control, más allá de la razón para la mente lógica. Intentaremos acercarnos a la esencia del lugar donde no hay fronteras, donde comienza el terreno de lo místico, del misterio, de la inspiración y la superación del ego. Para hablar del puerperio, tendremos que inventar palabras, u otorgarles un significado trascendental.
Para quienes ya lo hemos transitado hace tiempo, nos da pereza volver a recordar ese sitio tan desprestigiado, con reminiscencias a tristeza, ahogo y desencanto.  Recordar el puerperio equivale frecuentemente a reordenar las imágenes de un período confuso y sufriente, que engloba  las ilusiones, el parto tal como fue y no como una hubiera querido que sea, dolores y soledades, angustias y desesperanzas, el fin de la inocencia y el inicio de algo que duele traer otra vez a la conciencia.
Para comenzar a armar el rompecabezas del puerperio, es indispensable tener en cuenta que el punto de partida es “el parto”, es decir, la primer gran “desestructuración emocional”.  Como lo he descrito en el libro “La Maternidad y el encuentro con la propia sombra”, para que se produzca el parto necesitamos que el cuerpo físico de la madre se abra para dejar pasar el cuerpo del bebé permitiendo un cierto “rompimiento”. Este “rompimiento” corporal también se realiza en un plano más sutil, que corresponde a nuestra estructura emocional. Hay un “algo” que se quiebra, o que se “desestructura” para lograr el pasaje de “ser uno a ser dos”.
Es una pena que la mayoría de los partos los atravesemos con muy poca conciencia con respecto a este “rompimiento físico y emocional”. Ya que el parto es sobre todo un corte, un quiebre, una grieta, una apertura forzada, igual que la irrupción de un volcán que gime desde las entrañas y que al despedir sus partes profundas destruye necesariamente la aparente solidez, creando una estructura renovada.

Después de la “irrupción del volcán” (el parto) las mujeres nos encontramos con el tesoro escondido (un hijo en brazos) y además con insólitas piedras que se desprenden como bolas de fuego (nuestros “pedacitos emocionales”, o nuestras partes desconocidas)  rodando hacia el infinito, ardiendo en fuego y temiendo destruir todo lo que rozamos. Los “pedacitos emocionales” van quemando lo que encuentran a su paso. Miramos azoradas sin poder creer la potencia de todo lo que vibra en nuestro interior. Incendiando y cayendo al precipicio, suelen  manifestarse en el cuerpo del bebé (como una llanura de pasto húmedo abierta y receptora). Son nuestras emociones ocultas que despliegan sus alas en el cuerpo del bebé rozagante y disponible.

Como un verdadero volcán, nuestro fuego rueda por los valles receptores. Es la sombra, expulsada del cuerpo.

Atravesar un parto es prepararse para la erupción del volcán interno, y esa experiencia es tan avasallante que requiere de mucha preparación emocional, apoyo, acompañamiento, amor, comprensión y coraje por parte de la mujer y de quienes pretenden asistirla.

Sin embargo pocas veces las mujeres encontramos el acompañamiento necesario para introducirnos luego en esa herida sangrante, aprovechando este momento como punto de partida para conocer nuestra renovada estructura emocional (generalmente bastante maltrecha, por cierto) y decidir qué haremos con ella.

El hecho es que -con conciencia o sin ella, despiertas o dormidas, bien acompañadas o solas, incineradas o a  salvo- el nacimiento se produce.

Lamentablemente hoy en día consideramos el parto y el post-parto como una situación puramente corporal y del dominio médico. Nos sometemos a un trámite que con cierta manipulación, anestesia para que la parturienta no sea un obstáculo,  drogas que permiten decidir cuándo y cómo programar la operación, y un equipo de profesionales que trabajen coordinados, puedan sacar al bebé corporalmente sano y felicitarse por el triunfo de la ciencia. Esta modalidad está tan arraigada en nuestra sociedad que las mujeres ni siquiera nos cuestionamos si fuimos actrices de nuestro parto o meras espectadoras. Si fue un acto íntimo, vivido desde la más profunda animalidad, o si cumplimos con lo que se esperaba de nosotras. Si pudimos transpirar al calor de nuestras llamas o si fuimos retiradas de la escena personal antes de tiempo.

En la medida que atravesemos situaciones esenciales de rompimiento espiritual sin conciencia, anestesiadas, dormidas, infantilizadas y asustadas... quedaremos sin herramientas emocionales para rearmar nuestros “pedacitos en llamas”, permitiendo que el parto sea un verdadero pasaje del alma. Frecuentemente, así iniciamos el puerperio: alejadas de nosotras mismas.

Anteriormente describíamos la metáfora del volcán en llamas, abriendo y resquebrajando su cuerpo, dejando al descubierto la lava y las piedras. Análogamente, del vientre materno, surge el bebé real, y también el interior desconocido de esa mamá, que aprovecha el rompimiento para colarse por las grietas que quedaron abiertas. Esos aspectos ocultos encuentran una oportunidad para salir del refugio. La sombra ( es decir, cualquier aspecto vital que cada mujer no reconoce como propio, a causa del dolor, el desconocimiento o el temor) utiliza el quiebre para salir de su escondite y presentarse triunfante en la superficie.
El problema para la mamá reciente es que se encuentra simultáneamente con el bebé real que llora, demanda, mama, se queja y no duerme... y al mismo tiempo con su propia sombra (desconocida por definición), inabarcable e indefinible.
Pero concretamente ¿con qué aspectos de su sombra se encuentra?. Cada ser humano tiene su personalísima historia y obstáculos a recorrer, por lo tanto sólo un trabajo profundo de introspección, búsqueda personal, encuentro con dolores antiguos y coraje, podrá guiarnos hacia el interior de esa mujer que sufre a través del niño que llora.
El puerperio es una apertura del alma. Un abismo. Una iniciación. Si estamos dispuestas a sumergirnos en las aguas de nuestro yo desconocido.

Laura Gutman

Foto: Gioia Albano