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viernes, 30 de diciembre de 2011

El llamado de los niños



Muchos adultos adoptantes reconocen una vivencia sutil al encontrar al hijo, como si hubieran acudido al llamado del niño, guiados por sus señales y comprobando que estaban en sintonía aún antes del encuentro efectivo. Parece que estos niños poseen una fuerza excepcional para enfrentar las adversidades, que los hacen en algún modo poseedores de una luz que otros no ven y de un poder que otros no vislumbran.

Por eso estos “encuentros” merecen ser celebrados con especial alegría, ya que fueron posibles gracias al deseo de amar, de maternar y paternar por parte de los adultos, pero por sobre todo gracias al insistente llamado del niño que guió de alguna manera a los padres hacia él. Aquí hay algo para valorar, compartir, y festejar como un milagro, como una maravillosa manifestación de la fortaleza humana.

Es como un pase de magia: Sentimos el deseo de tener un niño, luego aparece la posibilidad de encontrarlo y la sensación de que el universo tiene un fin preestablecido y que pocas cosas suceden por casualidad. Cuando vemos por primera vez al niño que vamos a  convertir en nuestro hijo, tenemos la certeza de presenciar una danza de duendes que festejan con alegría y se matan de la risa cantando: “ya sucedió, lo logramos”. Las fuerzas invisibles han conspirado para que el milagro se produzca.

Las historias de las adopciones de los niños son relatadas por los padres con  increíbles semejanzas: Suelen contar con lujo de detalles los recuerdos del desenlace minutos antes de encontrar a la criatura. Recuerdan los olores, las palabras, la firma y el sello estampado en un papel que legitima la adopción, la persona que lo entrega envuelto en una manta dorada, el llanto dulce y la llegada a casa. Cada detalle recordado ilumina los ojos de los padres, permitiéndoles agradecer a los ángeles y a los magos que les han prestado auxilio en el viaje subterráneo y desgarrador hasta llegar al encuentro del niño amado.

La energía necesaria para desear, buscar y encontrar un niño para maternar suele estar sostenida por un juego de naipes creado en el mundo invisible del alma de las mujeres, que no atienden razones del mundo material, que vuelan por encima de la cordura y que son capaces de navegar todos los mares, llegar a los rincones que los mapas oficiales no reconocen ni nombran y terminar con el niño en brazos, amparada en el varón, o protegida entre el cielo y la tierra si es necesario. Es imprescindible que esta energía viviente grite a los cuatro vientos el triunfo del encuentro, ya que todos deberíamos celebrar las adopciones de estos niños, reconociéndolos como virtuosos y especialmente listos.

Entonces viviremos compartiendo esta realidad que circulará entre los adultos y los niños, entre los amigos y familiares, en la escuela y en el trabajo, en el vecindario y entre los desconocidos. Y habrá alguien que regocijado y asombrado por nuestra alegría, se animará a tomar vuelo y emprenderá su propia búsqueda hacia el niño que lo está llamando.

Laura Gutman