Desarrollemos entonces una reflexión sobre el puerperio basándonos en situaciones que a veces no son ni tan físicas, ni tan visibles, ni tan concretas, pero sin embargo allí están.
Tomemos en cuenta que el punto de partida del puerperio, es “el parto”, es decir, la primer gran “des-estructuración emocional”. Para que se produzca el parto necesitamos que el cuerpo físico de la madre se abra para dejar pasar el cuerpo del bebé permitiendo un cierto “rompimiento”. Esta “fisura” corporal también se realiza en un plano más sutil, que corresponde a nuestra estructura emocional. Hay un “algo” que se quiebra, que se instala como grieta física y etérea al mismo tiempo y que permite pasar de ser “uno” a ser “dos”.
Es una pena que la mayoría de los partos los atravesemos con muy poca conciencia con respecto a este “rompimiento físico y emocional”. Ya que el parto es sobre todo un corte, un quiebre, una apertura forzada, igual que la irrupción de un volcán que gime desde las entrañas y que al despedir sus partes profundas destruye necesariamente la aparente solidez, creando una estructura en principio caótica y desenfrenada.
Después de la “irrupción del volcán” (el parto) las mujeres nos encontramos con el tesoro escondido (un hijo en brazos) y además con insólitas piedras que se desprenden como bolas de fuego (nuestros “pedacitos emocionales”, o nuestras partes desconocidas) rodando hacia el infinito, ardiendo en fuego y temiendo destruir todo lo que rozamos. Los “pedacitos emocionales” van quemando lo que encuentran a su paso. Miramos azoradas sin poder creer la potencia de todo lo que vibra en nuestro interior. Incendiando y cayendo al precipicio, suelen manifestarse en el cuerpo del bebé (como un campo húmedo, abierto y receptor).
Atravesar un parto es prepararse para la erupción del volcán interno, y esa experiencia es tan avasallante que requiere de mucha preparación emocional, apoyo, acompañamiento, amor, comprensión y coraje por parte de la mujer y de quienes pretenden asistirla.
El hecho es que -con conciencia o sin ella, despiertas o dormidas, bien acompañadas o solas, en crisis o a salvo- el nacimiento se produce.
Pero si atravesamos situaciones esenciales de rompimiento espiritual sin conciencia, anestesiadas, dormidas, infantilizadas o asustadas... quedaremos sin herramientas emocionales para rearmar nuestros “pedacitos en llamas”, obstaculizando la experiencia para que el parto sea un verdadero pasaje del alma. Frecuentemente, iniciamos el puerperio alejadas de nuestra conciencia. Para colmo, la tendencia social y psicológica intenta que las madres “estemos bien”, que rápidamente nos calcemos los pantalones ajustados, retomemos el trabajo y regresemos al mundo de la razón.
Desde nuestro interior, el ámbito emocional puja por aparecer. Desde el otro lado, nuestro “yo conciente” no está dispuesto a dejarlo cruzar. Comienza así la guerra interna: Entre nuestra identidad y las partes que no conocemos de nosotras mismas. Entre nuestro mundo interno y nuestro mundo externo. Entre lo que creemos que nos debería suceder y lo que nos sucede en realidad.
Pues bien, casi siempre perdemos esta guerra, ya que pretendemos librarla con los ojos vendados (huyendo de nuestro mundo interior). La derrota de esta guerra se llama “depresión puerperal”.
Solemos llamar “depresión puerperal” cuando lloramos sin saber porqué, aún estando felices con el bebe en brazos pero sabiendo que nada es como habíamos imaginado. Cuando nos desconocemos a nosotras mismas. Cuando nos asaltan temores infundados. Cuando creemos que este asunto de la maternidad no encaja con nosotras.
Ahora bien, llorar, no reconocerse, sentir que estamos en otro planeta, percibir emociones nuevas, experimentar una sensibilidad aumentada, son signos de conexión con ese nuevo estado sutil, que necesita desprenderse del mundo material para poder entrar en sintonía con el recién nacido. Es decir, es esperable que hayamos cambiado, que nuestras sensaciones y percepciones hayan virado hacia una modalidad más cercana a las vibraciones del bebe y se distancien del ordenamiento emocional de los adultos.
En la mayoría de los casos, las “depresiones puerperales” no son tales. Es decir, no hay nada que esté sucediendo que esté “mal” aunque hay mucho para comprender sobre este fenómeno. Posiblemente necesitemos un tipo de acompañamiento, de cobijo y de ayuda diferentes de las que estamos recibiendo. En la mayoría de los casos, necesitaremos más y mejores acompañamientos -siempre y cuando favorezcan el contacto íntimo con el bebé- , palabras de apoyo y de gratitud y menos opiniones sobre qué es adecuado hacer o no.
Cuando nos diagnostican una “depresión puerperal”, recibimos un abanico de propuestas: desde la consideración doméstica de una amiga: “ no te preocupes, a todas las mujeres nos pasa lo mismo", con lo cual nos quedamos boquiabiertas y sin solución, hasta la más extrema que es la medicación psiquiátrica recetada por un médico, cuando a veces ni siquiera ha intentado saber qué nos pasa, qué temas vitales hemos arrastrado, cuál es nuestra situación familiar o cómo hemos atravesado nuestro parto.
¿Cómo funciona la medicación psiquiátrica? Pues bien, borra toda vivencia perteneciente al “mundo sutil”. Nos conecta con el afuera: nos hace parecer compuestas, ordenadas, equilibradas y tranquilas. Todas las personas cercanas se calman ya que volvemos a “funcionar” en el mundo concreto: Podemos levantarnos, vestirnos, ocuparnos del bebé, sonreír a las visitas y dormir sin angustias desproporcionadas. Ese mundo invisible y terrorífico desaparece.
Sin embargo, el puerperio es uno de los pocos momentos vitales en los cuales alcanzamos los mayores niveles de lucidez emocional (mientras paralelamente nos volvemos más torpes que nunca en el plano físico). Ahora bien, con la medicación psiquiátrica se terminó
Para no enfermarse, es indispensable abandonar esa lucha. Es necesario pedir ayuda y acompañamiento para
La “depresión puerperal” aparece más frecuentemente cuando no conseguimos o no admitimos compañía para navegar el océano de las emociones.
En algunos pocos casos, una depresión puerperal franca, deja a la mujer sin voluntad para salir de la cama sintiendo apatía o rechazo por el bebé. Serán casos a considerar particularmente, revisando la historia clínica de la parturienta y la totalidad de su historia de vida. Pero en términos generales, el llanto, el desconcierto, el dolor o la angustia durante el puerperio, son simplemente señales que nos indican un viraje en nuestras vidas, ya que estaremos obligadas a cambiar radicalmente nuestra manera de pensar, de sentir, de ser y de amar para vincularnos con un bebé recién nacido quien siente, ama y percibe en otra dimensión.
Si somos familiares o profesionales asistentes, acompañar amorosamente un período puerperal no es demasiado difícil, pero hay que estar dispuestos a preguntar sencillamente a la mujer: “¿qué necesitas hoy, de mí?”, guardándose el deseo de emitir opiniones. Tampoco es necesario comprender todo lo que le acontece a la mujer puérpera. No se requiere un psicoanálisis profundo. Con un abrazo alcanza. Y un poco de humildad.
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