Ser madre es maravilloso... y a veces duele... también.
Cuando una es madre primeriza el alma que se abre a otra alma tanto y tanto que a veces duele. Duele el "yo" que se resiste a cambiar, duele nuestro egoísmo porque su tiempo se acaba... duele la rigidez que se quiebra, porque gracias a ellos, a los hijos, nos convertimos en junco.
Duele nuestra mezquindad, que nos quiere hacer creer que podemos criar a nuestros hijos a nuestra imagen y semejanza...
Le duele a nuestra independencia, pues el compromiso sagrado que hemos adquirido de cuidar a otro ser y amarlo incondicionalmente requiere de nosotros total aceptación amor incondicional, y esa es una fuerza que arrasa con todo lo viejo, duro, rígido y estancado que hay en nosotros.
Elegir la maternidad consciente es elegir despertar de nuevo a nuestra niña interior, es entrega y aceptación, una y otra vez, hasta que todas nuestras estructuras rígidas se hayan derribado, hasta que el soplo divino nos haga bailar como juncos, hasta que la energía de la Madre nos haya transformado tanto y tanto que podamos fluir con la vida como lo hace el agua en el río, sin resistencias, clara, pura y transparente...
Del blog: El rumor de las libélulas
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