Si todo va sucediendo con cierta normalidad y los vínculos madre-padre-hijo han sido sanos, lo natural es que alrededor del segundo año (esto quiere decir que puede ser tanto al año y poco como a los dos y mucho) nuestro primogénito comience a dar señales del comienzo de un proceso de separación afectiva de la madre, que hasta ese momento ha sido su principal fuente de alimento emocional.
Esto significa que el bebé poco a poco deja de serlo y que en su mundo empieza a haber cabida para otros y espacio para nuevas experiencias y contextos vitales.
En cualquier caso, son también muchos los padres que repiten experiencia antes de que el primer hijo haya dejado de ser un bebé: afrontan el reto de criar a dos seguidos, se comprometen al cien por cien con la experiencia, buscan apoyos.. y el resultado es igual de bueno que cuando los niños se llevan más tiempo entre ellos: los pequeños tienen que compartir su territorio emocional (mamá), pero a cambio crecen en un clima de intercambio constante con un igual, en este caso su hermanito, que les estimula y enriquece de forma importante.
Y también son otros muchos los que esperan varios años antes de ir a por el segundo, que crece con todas las ventajas de un hijo único pero se beneficia de la protección y el ejemplo de un hermano mayor.
Por eso, más que el momento (que no deja de ser importante), lo que garantiza el éxito en la segunda paternidad es lo que tienen en común todos estos padres: estar comprometidos con su decisión y poner todo de su parte para que sus hijos crezcan felices.
Los hijos únicos tienen fama de infelices, egoístas, etc.. pero la realidad es bien distinta: la sociabilidad, la inteligencia y la estabilidad emocional dependen de unos padres y una familia que sepan dar amor y respeto, no de la presencia de un hermano.
Por eso, y aunque a veces salga bien, la experiencia nos demuestra que lo que funciona a la hora de decidirse por un nuevo embarazo es el auténtico deseo de volver a ser padres y no la idea de “darle un hermano” al mayor.
*Hay que preparar al hermano mayor (Verdadero)
El hijo mayor se va a dar cuenta en seguida de que se avecina un cambio: lo va a deducir rápidamente a través de nuestras conversaciones, nuestra energía, nuestras palabras y nuestras acciones (además de por la barriga que crece). Va a saber que “algo pasa” casi desde el primer momento. Y casi desde el primer momento es conveniente decirle la verdad de lo que hay.
La idea es compartir en familia todo el proceso, pero sin forzar conversaciones (cosa muy habitual) ni tampoco evitarlas.
Compartir el embarazo con el hijo mayor signfica ser conscientes de que su vivencia de la situación no es para nada igual a la nuestra: en primer lugar, porque un niño pequeño dificilmente podrá imaginar lo que es un bebé, a menos que tenga algo más de cinco o seis años.
Por eso, es importante comprender que no podemos exigirle a nuestro primer hijo que sienta lo que nosotros queremos (alegría, ilusión, curiosidad, entusiasmo) respecto a un posible embarazo: normalmente esta exigencia es fruto de nuestros miedos y de nuestra necesidad de saber que el hermano mayor no va a sufrir con la llegada del pequeño.
*Reviviremos la experiencia de nuestra primera paternidad (Falso).
Esto quiere decir que los padres, ante la perspectiva de un segundo hijo, deberíamos ser conscientes de que la vivencia no va a ser la misma y que tenemos que estar preparados para volver a movilizar todos nuestros recursos ante el cambio que se nos avecina.
Por ejemplo, nos va a resultar muy difícil, cuando no imposible, vivir el puerperio (postparto) con la plenitud que lo vivimos con nuestro primer hijo: la razón es que con otro niño en casa (y en nuestro corazón) difícilmente podremos abandonarnos al universo del bebé y olvidarnos del resto del mundo. Esta vez, tenemos que dejar una lucecita encendida. Si esperamos vivir el postparto de la misma forma en que lo hicimos con nuestro primer hijo (intimidad, plenitud, tiempo infinito para conocernos, etc..) seguramente nos frustraremos. Si nuestro primer hijo nos enseñó a “desconectarnos” del mundo para centrarnos en la experiencia de nacer como madres… la llegada de nuestro segundo hijo nos enseñará el arte de convivir con varios deseos y necesidades a la vez .
Si afrontamos la nueva paternidad sin demasiadas expectativas (cosa difícil, porque venimos de una experiencia que muy similar que nos invita a pensar que todo va a ser igual) y adoptamos una actitud y flexible, será mucho más fácil afrontar y superar con éxito esta segunda e intensa experiencia.
*Nosotros ya estamos organizados y todo será más fácil (Verdadero).
Sabemos cómo manejarnos con la ayuda externa (la deseada y la no deseada), nos hemos pateado todos los parques y zonas infantiles del barrio, estamos suscritos a la gaceta de ocio infantil de nuestra ciudad y tenemos un imán en la nevera con el teléfono de las urgencias (y un pediatra estupendo).
Sin duda, mucha de esa energía que dedicamos a “convertirnos” en padres tras el nacimiento de nuestro primer hijo, ya no tendremos que gastarla porque el camino, en ese sentido, ya está hecho.
Cuando aumenta la familia, todos, grandes y pequeños, tenemos que reubicarnos en la nueva situación y asumir (no sin dolor) que algunas cosas no volverán a ser como antes. Esto es una realidad y atravesarla es necesario para poder acceder a una nueva dinámica familiar. Por eso, los celos, tengan la forma que tengan, no son más que partes del camino que vamos a recorrer juntos.
Violeta Alcocer
Ilustración: Gustavo Pinela.
0 comentarios!:
Publicar un comentario