Desde el momento en que una pareja se entera de que en pocos meses serán padres, algo cambia para siempre.
No dejarán de ser hijos, pero dejarán de ser niños.
Y al niño que dejarán de ser lo guardarán en su interior en un lugar más o menos amable (según como sean capaces de amar a ese niño que fueron) y bajo la piel que se quiten amanecerá otra piel más robusta, caliente y viva: la piel de padre y la piel de madre.
A su vez, sus propios padres no dejarán de serlo, pero desde ese momento su función cambiará inevitablemente y serán abuelos.
Con la llegada del bebé, como veis, todos se quitan una piel para ponerse otra (hasta el bebé, que hasta entonces “no es”, se pone la piel del que “es”).
Pero no siempre sucede de esta manera. Es muy común (más de lo que pensamos) que a los nuevos padres no se les permita dejar de ser niños. Durante el embarazo, instituciones, familiares y conocidos les considerarán incapaces de tomar sus propias decisiones de forma adecuada y les invitarán a “dejarlo en manos de los que saben”.
A la mujer, concretamente, se la recordará de mil y una maneras que es una niña: se la vestirá con camisones rosas de encaje y se la rodeará de un halo específicamente asexual que limpie cualquier aroma a sexo, a sudor o a hembra encinta. Ahora, más que nunca y pese a la evidencia creciente de su sexualidad vibrante y fértil, se la infantilizará hasta el extremo y se le informará de que durante la gestación (precisamente uno de los momentos de mayor plenitud y creatividad en la vida de una mujer) tan sólo ha de ocuparse de “contener” al hijo que crece en su interior, pero sin ejercer su pensamiento crítico o su deseo en modo alguno. También puede pasar que ,en vez de esto, se la masculinice, aplaudiendo su capacidad de negación de la barriga en forma de trabajo impenitente y conexión con demandas externas y apremiantes como reuniones, emails e informes.
Más de lo mismo sucede en el transcurso de la mayoría de los partos, en los que personas adultas y competentes son tratadas como auténticos incautos y, de este modo, pasan por el aro del abuso de poder como corderitos temerosos. No les culpo: la amenaza por lo general es perder a su cría si no obedecen.
Recién nacido el bebé acudirán raudos y veloces los mismos que todavía le siguen hablando a ese niño que llevamos dentro como si fueran incapaces de ver delante de sí a un hombre y una mujer hechos y derechos, y se instruirá a los nuevos padres sobre todo lo relativo al cuidado y atención de su cría, deslegitimando cualquier intento de espontaneidad, instinto y naturalidad que los nuevos padres puedan mostrar.
Lo que familiares, conocidos e instituciones hacen con el nacimiento, la paternidad y la maternidad no tiene perdón,porque efectivamente invalida e inhabilita a los nuevos padres poder hacer un ejercicio competente de su parentalidad y deja a los bebés absolutamente desprotegidos y en manos de personas incapaces de darles lo que los éstos necesitan: conexión y comunicación profundas.
En algunos casos, este fenómeno se limita a los momentos que rodean al nacimiento y con fortuna los nuevos padres se rebelan contra este papel y (por lo general a escondidas) buscan un espacio que les pertenece y lo hacen valer de la mejor forma que pueden, consiguiendo así que nazca de una vez por todas la familia, su familia, y que sus hijos puedan tener por fin unos padres adultos, no unos niños.
Sin embargo en otros muchos casos los nuevos padres nunca llegan a serlo. Nunca llegan a crecer, a quitarse la piel del niño, a hacer valer su palabra frente a la palabra de los que, por sus propias dificultades personales, no quieren o no pueden dejar el lugar que tantos años ocuparon y dejar de ejercer la función que tantos años ejercieron.
Crecer es un proceso complejo y casi siempre doloroso. Y cuando sentimos que para poder crecer necesitamos el permiso de aquellos que han de dejarnos su sitio, subordinamos todas las posibilidades a la mirada y la decisión vital del otro (decisión que puede hacerse esperar años). Quizá cuando fuimos niños no teníamos otra elección, pero no nos equivoquemos: ahora sí la tenemos.
Nuestro sitio como padres y madres no debería pretender necesariamente imitar ni ocupar el sitio de aquellos que un día nos criaron y educaron, aunque ese niño que llevamos dentro no conozca otra manera de hacer las cosas. Desde el adulto que hoy somos, podemos elegir tomar nuestras propias decisiones, ocupar nuestros propios espacios, ejercer nuestras funciones a nuestra manera, por lo que no es necesario esperar a que los demás legitimen ese derecho que nos es propio. Podemos hacerlo ya, desde este momento.
Como mujeres y hombres podemos hablar lo que callamos como niños.
Vuestro embarazo es vuestro.
Vuestro parto es vuestro.
Vuestro puerperio es vuestro.
Vuestra maternidad y paternidad son vuestras.
Que nadie os arrebate esos derechos.
Violeta Alcocer.
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