miércoles, 4 de enero de 2012

Dar(nos) permiso


Los niños saben. Mucho más de lo que nos permitimos creer.
Los niños tienen una inteligencia corporal e instintiva innata. Si les proporcionamos un entorno adecuado y les arropamos con nuestro amor, nuestra piel y nuestra mirada ellos se despliegan como una semilla hasta convertirse en árbol. Viven cada etapa con naturalidad e intensidad y una vez completada pasan a la siguiente etapa de su desarrollo.

Un bebé recién nacido si se lo permitimos repta por el vientre de su madre hasta su pecho, y ahí, en su pecho y su regazo se queda durante semanas. Si se lo permitimos.
Y un día abre sus ojitos y “despierta”; comienza a dormir menos, a prestar más atención al mundo exterior. Quiere un poco menos de brazos y un poco más de espacio para experimentarse, para voltear y girar sobre sí mismo… Y un día ¡se sienta!. Ahí comienza una nueva etapa en la que explora el mundo de otra forma, en la que no solo su boca, sino también sus manos y sus ojos trabajan intensamente para descubrir su entorno.
Y nuevamente nos sorprende al arrancarse a gatear; primero tímidamente, bien cerquita nuestro, y luego cada vez un poquito más lejos hasta que se atreven a perdernos de vista por unos segundos que se van haciendo minutos mientras se deciden nuevamente a volver a nuestro regazo.
Gatea, se sienta, se gira y… ¡se alza!. Se pone en pie sujetándose a nuestras piernas, comienza a dar pasitos agarrando todo lo que pilla a su paso. No necesita andadores, ni manitas no solicitadas, él a su ritmo sigue progresando, conquistando su cuerpo y su propio movimiento, investigando sus posibilidades. Se cae, se levanta, se cae… y si se lo permitimos llega el momento en el que se suelta y comienza a andar.
Sigue experimentando con su movimiento, cada vez más complicado, más coordinado. Su curiosidad le lleva a seguir explorando nuevas formas, nuevos territorios y un día nos damos cuenta que casi no ha querido sentarse en nuestra falda, que casi no ha buscado nuestros brazos… y entonces sentimos el hueco de su cabeza apoyada en nuestro pecho. O no.

Hablo de lo importante que es para mí que nené tenga la teta, la piel, la mirada, el amor que necesita para ir conquistando progresivamente su confianza, su independencia y desarrollarse feliz.
El otro día una educadora me ayudó a ver el otro lado de la ecuación. Al igual que es importante que los niños sientan la permanencia de la madre cuando salen de una habitación, es importante para las madres habernos colmado de la presencia de los hijos para permitirles salir a explorar el mundo.
Porque… ¿Nos permitimos nosotras ir explorando, descubriendo, vivenciando intensamente todos los cambios que se van produciendo en nosotras como mujeres y como madres según van pasando los meses? ¿Nos damos la libertad para ser las madres que queremos ser? ¿Confiamos en nuestro cuerpo? ¿Nos rendimos a nuestro instinto?

Es necesario que las madres vivamos cada una de las etapas de nuestro “desarrollo maternal” con plenitud, para poder pasar a la siguiente. Que nos permitamos llenarnos de piel, de calor, de teta, de brazos, de caricias, de besos, de cosquillas, de miradas, de juegos…
Y por si fuera necesario, aclaro que no estoy hablando de cubrir egoístamente nuestras necesidades sin tener en cuenta al bebé. No se trata de retenerlo en nuestro regazo para llenar nuestros vacíos, para reparar nuestras carencias. Hablo de mirar hacia atrás y sentir que dimos todos los mimos que quisimos, que no se nos quedó en el tintero ninguna noche por velar, ningún cuento por contar, ninguna nana por arrullar...

Hablo de disfrutar siendo tierra fértil donde puedan anclar sus raíces, de sabernos viento suave y cálido que propicie que llegado el momento desplieguen sus alas, desaborear con todo nuestro ser el ser madre de un bebe, para poder ser luego la madre de un niño, de un adolescente, de un hombre.


(Extraído del blog Crianza Corporal)

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