lunes, 25 de agosto de 2008

El mundo visto por sus ojos


Son bajitos, no paran quietos y nos cuesta pensar como ellos. Porque su mundo y el nuestro tienen poco que ver. Pero si nos acercamos, y les escuchamos, descubriremos un universo poblado de presente, curiosidad, juego y amor a raudales.


Comprendido, querido y seguro


Quizás nos cueste tanto comprender a los niños porque somos incapaces de bajar a su altura e intentar adivinar qué sienten y piensan. Damos por sentando que, como adultos, poseemos todas las respuestas de un mundo, el infantil, cargado de tópicos y lugares comunes.

Por ejemplo, no todos los niños son felices por el mero hecho de ser niños, depende mucho de su temperamento y de que los adultos no nos entrometamos en su camino, sobreprotegiéndoles o no prestándoles la atención debida.

Está claro que los niños necesitan siempre al adulto, a una persona de referencia que les dé seguridad, porque ellos, por sí mismos, no la tienen. Pero no vale sermonearles ni imponerles “porque sí” las cosas.

“Tienes que tener una sensibilidad especial para saber lo que piensa y lo que siente cada niño, que no es lo que tú quieres como adulto que ellos sientan o piensen”, comenta esta especialista con una larga trayectoria en educación infantil.

“Los niños sintonizan con los adultos que ven muy seguros y que conectan afectivamente con ellos. Pero tienen que actuar como adulto: no hay nada peor para un niño que el típico que va de coleguilla; ellos quieren que el adulto sea adulto, que les comprenda y estimule, pero también que le sepa decir que no. Te tienes que acercar a ellos a través del juego, de su propio lenguaje”.


Gran capacidad de disfrute, adaptación y desconexión


¿Y cuál es ese lenguaje, ese código particular que les aleja tanto del mundo adulto?

Su manera de aprovechar el presente, de vivirlo todo como un juego, su curiosidad innata, su gran sentido de la justicia o su escasa habilidad para mentir.

Por desgracia, y según nos vamos haciendo mayores, también vamos perdiendo esa capacidad de disfrute que tienen los niños, que lo viven todo sin medida, al extremo.

Cuando están alegres, todo es risa y carcajada; y cuando están tristes, parece que el llanto y el desconsuelo no tienen fin.

Lo mismo sucede a nivel físico: los pequeños no cuentan con detectores de cansancio, pasan de estar muy alborotados, a literalmente caerse de sueño, que es cuando se ponen más pesados. Y a nivel acústico, nuestro umbral de resistencia es por completo diferente.

Todos los padres se han preguntado desesperados alguna vez por qué gritan tanto los niños. Sencillamente, porque no les molesta. Chillar les estimula, es un juego más.

También nos dan mil vueltas en capacidad de adaptación: lo que para un adulto puede suponer un mundo, como mudarse, es pan comido para un niño. Pueden sobreponerse incluso a situaciones tan complicadas como la muerte del padre o la madre. Eso sí, siempre y cuando los adultos “no intervengan de manera negativa, como en el caso de muchas separaciones que se vuelven traumáticas por las peleas y acusaciones mutuas de los padres”, advierte la psicóloga. Aunque otra gran virtud de los niños es su capacidad de desconexión, de evitar las cosas que les resultan molestas o nocivas: para ello recurren a su imaginación y se aíslan muy bien, algo casi imposible para un adulto, a quien nunca se le van las preocupaciones de la cabeza.


Seguridad y estabilidad


Los niños necesitan, para su correcto desarrollo, pautas, límites y hábitos, que ocurra lo mismo todos los días les da muchísima tranquilidad.

También toneladas de cariño: que les toquen, abracen y besen desde que son muy pequeñitos y con mucha frecuencia e intensidad.

Pero sobre todo, que no les robemos su infancia. Y es que no son adultos en miniatura: a los pequeños no les interesan tus problemas de pareja o de trabajo y, desde luego, no pueden ayudarte a resolverlos, así que es mejor no usarles de catalizadores.

Tampoco debemos trasladarles nuestros temores, fobias o ambiciones, asustándoles yagobiándoles sin necesidad. Otro gran peligro es exigirles demasiado.

En épocas anteriores, los adultos nos adaptábamos a los niños, a sus horarios y necesidades.

Hoy en día ocurre lo contrario, les atiborramos de actividades, les sobreestimulamos, y no les dejamos espacio para la reflexión, para la tranquilidad, para escucharles sin prisas. “Les metemos en un mundo artificial con horarios dramáticos y además les pedimos que se preparen para ser adultos brillantes, sin dejarles que vayan cubriendo sus etapas”. Sin dejarles, en definitiva, ser niños.

1 comentarios!:

Mar dijo...

Marina, no me canso de leer este blog, ¿cómo sacas tiempo para hacer los tres blogs?, eres increible, en serio, todos son preciosos, pero este es, simplemente un regalo maravilloso.
¡¡¡¡¡GRACIAS!!!.
Un besazo.